Por Paula Sterren, psicóloga de Casa FUSA
La epidemia de COVID-19 que afecta en la actualidad a un gran número de países constituye, desde la perspectiva de la Salud Mental, una situación disruptiva para las familias. A nivel psicosocial, las emergencias sanitarias son consideradas disruptivas porque sobrepasan de manera significativa la capacidad de afrontamiento y manejo por parte de la población afectada, tanto en la dimensión individual como social. Esto no deja afuera a los niños, niñas y adolescentes. El habitual funcionamiento de las familias se ve interrumpido por la incidencia de un evento inesperado, que las sorprende y tiene un impacto desestabilizante. Un suceso de este tipo exige de todos los integrantes un esfuerzo para poder metabolizar ese impacto. Sin embargo, ni las comunidades, ni las familias, ni los individuos están habituados a atravesar situaciones de emergencia como esta; por lo que es normal experimentar incertidumbre, no saber qué hacer o cómo responder ante esta circunstancia. A la incertidumbre desencadenada por lo sorpresivo y lo desconocido de la situación, se añade la incertidumbre asociada al desconocimiento sobre su curso, su evolución. La pérdida de las rutinas y de la participación cotidiana en ciertos vínculos se agrega como factor desencadenante de malestar.
Es importante saber que la situación de emergencia sanitaria, así como la circunstancia de aislamiento obligatorio dispuesto como medida preventiva, puede generar manifestaciones de ansiedad o angustia, tanto en los adultos como en niños/as y adolescentes. No hay que dejar de recordar que estas respuestas son esperables ante este hecho inesperado. No constituyen en sí mismas una patología.
En adolescentes y adultos, algunas de estas respuestas esperables pueden ser: sensación de desesperación, sintomatología física, ansiedad, decaimiento del ánimo, miedo, nerviosismo, dificultad para dormir, irritabilidad, culpa, ensimismamiento, sensación de confusión, sensación de estar “volviéndose loco”, entre otras.
En los niños/as esto puede expresarse a través de otros tipos de conductas, ya que es una característica de la infancia la exteriorización de emociones a través de la acción o a través de manifestaciones corporales. Es por esto que pueden llegar a presentar accesos de ira, o mostrarse más inquietos, con dificultades para concentrarse, con cambios fisiológicos, o con cambios en su conducta.
Todos/as nos encontramos con el desafío de encontrar formas de procesar el impacto emocional que la situación nos impone y, en el caso de los adultos, maneras de acompañar a los/as más pequeños en ese mismo proceso. En este sentido, es dable recalcar la importancia que los vínculos significativos tienen tanto para niños/as como para adolescentes y adultos. EN y A TRAVÉS de los vínculos podrán crearse o re-crearse vías para metabolizar lo disruptivo, sin olvidar que todos/as en la familia están atravesados/as por las mismas circunstancias. Las nuevas tecnologías constituyen una herramienta invalorable para la preservación de las redes sociales en tiempos de confinamiento obligatorio.
En el caso de los/as niños/as, la participación en actividades lúdico-creativas, como jugar y dibujar, podrían facilitar el proceso de expresar las emociones. La simple habilitación de espacios y tiempos de juego, sin recetas ni consignas sofisticadas, puede operar como una ocasión para la elaboración de las sensaciones que los cambios de su vida diaria les despiertan. El ofrecerles una escucha atenta y abierta, dando lugar a la expresión de sus miedos y comentarios, puede ser fuente de alivio. Es probable que algunos/as de ellos formulen preguntas. La disponibilidad para oírlas abre la posibilidad de construir ese “ENTRE” que se establece entre dos personas, en el que se puede compartir la carga afectiva que la situación trae aparejada.
Al tratarse de los/as adolescentes, los dispositivos virtuales que permiten el contacto “a distancia”, tal vez se transformen en este momento en una vía privilegiada para sostener ese “entre” al que nos referimos. Será un desafío de los adultos poder acompañar esas iniciativas y, ¿por qué no?, aprender también de ellas.